Allí abajo, donde reside el desánimo, donde habita la falta de amor, donde reside el dolor. Es un lugar estrecho y oscuro, un lugar donde el alma aprende y el cuerpo padece.
¿Hasta cuando el ser humano va a necesitar el sufrimiento cómo forma de aprendizaje?
¿Cuando el dolor propio o ajeno dejará de estar en el menú?
Este viejo paradigma de aprendizaje sufriendo y quizá haciendo sufrir está demasiado presente en nuestras sociedades.
La fórmula parece ser el amor a uno mismo y a los demás, dejando atrás lo egoísmos personales, las identificaciones territoriales exacerbadas y otros anclajes que nos hacen ver poco y sentir menos aún.
La línea del cambio apunta a que a de producirse en conjunto, todos o por lo menos gran parte de la sociedad, que desde la voluntad demanden una sociedad igualitaria, cooperativa, colaborativa y con la tenacidad suficiente para cambiar de modelo social.
Abandonar el rencor, el odio y abrazar el encuentro y el amor entre seres humanos es el puente hacia ese nuevo mundo donde no reside el dolor.
El puente lleva tiempo en construcción. ¿Nos unimos al proceso?.
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